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Jesús vino a dar vida y darla en abundancia. Fue una promesa pagada con su crucifixión.

En Hechos 2:33, Pedro explica el inexplicable giro de los acontecimientos en Pentecostés como una señal de la promesa de Cristo después de haber resucitado. El poder del Espíritu Santo se derrama sobre la tierra.  Había varios grupos de personas y hablaban diferentes idiomas. Sin embargo, ese día se entendieron entre sí. Fue un acontecimiento transformador. Es una demostración de piedad.

Pero no fue el fin de la superioridad étnica.

Más adelante en Hechos (capítulo 6), aquellos de habla griega llenos del Espíritu Santo acusan a los Apóstoles de habla hebrea llenos del Espíritu Santo de favoritismo. Las viudas de habla griega no fueron alimentadas tan bien como las viudas de habla hebrea. El texto no explica por qué ocurrió esto, pero sí revela que los apóstoles escucharon las quejas y confiaron en los denunciantes permitiéndoles elegir líderes para reparar la injusticia.

Así que parecería que los líderes de la iglesia se arrepintieron de una vez por todas de la superioridad étnica interiorizada.  Grave error.  Lo cierto es todo lo contrario. El apóstol Pedro, impregnado de la superioridad cultural judía, se aparta con los judíos de los no judíos cuando visita a Pablo en Galacia. Incluso Bernabé se deja llevar por el mal camino. En el capítulo 2 de Gálatas, el apóstol Pablo se opone a Pedro en su cara. Pablo eleva la hipocresía de Pedro a un asunto serio cuando la califica de "no actuar conforme a la verdad del evangelio" (v. 14). Y una vez más, en el capítulo 10 de los Hechos, Pedro es confrontado con su etnocentrismo. Dios muestra a Pedro cómo estigmatiza a Cornelio como no judío. Pedro se arrepiente de haber llamado impuro a un pueblo que Dios ha hecho limpio.

Para mí, ingresar a la Iglesia Cristiana Reformada parecía como entrar en una comunidad eclesiástica que pensaba que tenía la “manera correcta, la mejor manera, la manera más clara” de seguir a Cristo. Pero era como pedirle al equipo de fútbol brasileño que jugara como su oponente holandés. Era frustrante pero a la vez útil para comprender las Escrituras. Pero últimamente, a medida que la iglesia pasa de la identidad holandesa a la blanca y a la identidad temática, me he visto desafiado por las diversas visiones culturales que compiten por la superioridad. Abordar el verdadero pecado del racismo ha sido una vez más ignorado por otras prioridades sociales de la sexualidad, el género y la búsqueda de la rectitud religiosa. El racismo es mucho más siniestro que el favoritismo y, como tal, una creencia más horrible en la superioridad e inferioridad basada en el color de la piel está detrás de la segregación de las congregaciones y comunidades. Esta segregación ha generado animososidad y ha reformzado la creencia en la jerarquía racial. Su negación por parte de los eruamericanos ignora los textos al respecto y la advertencia de la gravedad de desvierse del evangelio.

El racismo nació dentro de la justificación de la esclavitud, el genocidio de los pueblos nativos y el bienestar económico de los colonos europeos. Es una fuerza silenciosa pero mortal detrás del odio que experimentamos en nuestra sociedad hoy en día. No abordar el racismo es no vivir en el poder del Espíritu Santo de tener nuestras identidades transformadas de una manera tan radical que podamos reimaginar a los demás como los portadores de la imagen que todos somos en Cristo Jesús.

Cristo utiliza palabras como "Reino", "nacer de nuevo", "vida nueva" y otras palabras de sustento. Las palabras no son sólo espirituales, sino de florecimiento de la vida. En agudo contraste, Él también usa palabras como "morir", "crucificar", "confesar", y "sacrificar".  Palabras fáciles de decir, pero me pregunto si yo, si nosotros, comprendemos realmente su significado. ¿Cambiará nuestra comprensión nuestra forma de vivir?  Si entendemos las palabras, ¿estamos dispuestos a reconocer, confrontar y arrepentirnos de los pecados que nos dejan segregados, polarizados e ineficaces para proclamar la buena nueva a nuestros asustados y enfurecidos vecinos?  Mejor aún, como Pablo a Pedro, ¿somos capaces de oponernos unos a otros por el bien de la verdad del Evangelio?

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